Los obispos sobre el incendio en Bangladesh

ANTE EL INCENDIO EN UN CAMPO DE REFUGIADOS ROHYNHA EN BLANGLADESH
Comunicado de los obispos miembros de la Subcomisión Episcopal para las Migraciones y la Movilidad Humana de la CEE.

Incendio campo rohynhas. Comunicado Conferencia Episcopal Española.25 de marzo de 2021.

De nuevo un devastador incendio en un campo de refugiados reclama nuestra atención en el contexto de una emergencia humanitaria. En esta ocasión, el incendio del lunes 22 de marzo en el campamento de refugiados rohynhas de Cox’s Bazar (Bangladesh) donde al menos 15 personas han perdido la vida, unas 560 han resultado heridas y otras 400 se encuentran en paradero desconocido. Donde miles de viviendas se han visto afectadas por las llamas y unos 87.000 refugiados podrían verse afectados por el incendio.

Precisamente ese fue el campamento de donde procedían los 16 refugiados que se encontraron con el Papa Francisco en Daca el 1 de diciembre de 2017. Cuatro años más tarde de aquella visita, con ocasión de este terrible incidente y ante la situación de vulneración de derechos que padecen los rohynhas, como tantos otros grupos humanos obligados a huir, los obispos de la Subcomisión Episcopal para las Migraciones y la Movilidad Humana junto con el Departamento de Migraciones de la Conferencia Episcopal Española queremos expresar:

  • Nuestra solidaridad con todas las personas y familias damnificadas por el incendio en Cox´s Bazar; especialmente con las víctimas y heridas. Así como con el resto de la población rohynha forzada a desplazarse y refugiada en otros campos de refugiados o en el exilio. Nuestra condena a todo acto violento contra esta comunidad.
  • Nuestro estupor ante una emergencia humanitaria no suficientemente atendida por el conjunto de las naciones, ante lo que Naciones Unidas define como “limpieza étnica”. Situación que requiere como recuerda el Papa Francisco y la Enseñanza Social de la Iglesia “una respuesta de solidaridad, compasión, generosidad y un inmediato compromiso efectivo de recursos”.
  • Nuestra adhesión al llamamiento del Papa Francisco desde Myanmar y Bangladesh en noviembre de 2017, abogando por un futuro de paz: «Una paz basada en la dignidad y los derechos de cada una de las comunidades que consideren que tienen su hogar en el país».
  • Nuestro reconocimiento y aliento a la labor que la Iglesia realiza en la atención a las personas refugiadas en los campamentos, especialmente a través de Caritas. Así como a las demás entidades que trabajan por la dignidad y el derecho de las personas rohinyas a vivir con seguridad en su país de origen.

Datos oficiales (España) de Protección Internacional: enero 2021

DATOS OFICIALES (España) DE PROTECCIÓN INTERNACIONAL
Ministerio del Interior – Enero 2021

Las imágenes que siguen muestran los datos provisionales sobre solicitudes de Protección Internacional que ha habido en España durante enero de este año. Estamos convencidos de que son más que sugerentes, y que ofrecen muchas pistas para el trabajo social y la intervención pastoral samaritana.

Y, por supuesto, para el conocer para transformar, y transformarse transformando.

Ministerio del Interior. Datos de Protección Internacional enero 2021.
Ministerio del Interior. Datos de Protección Internacional enero 2021.

CRECER SIN PAPELES EN ESPAÑA

CRECER SIN PAPELES EN ESPAÑA
Cerca de 150.000 niños y adolescentes extranjeros en nuestro país ven vulnerados sus derechos fundamentales como consecuencia de la irregularidad administrativa

[Ilustración de Heidi, niña hondureña de ocho años sin papeles]
[Gonzalo Fanjul -director de investigaciones de Por Causa
y Andrés Conde -director general de Save the Children España
para El País de 6.3.21]

"Crecer sin papeles en España. MENAS.

Ustedes no son conscientes, pero se han cruzado con ellos en muchas ocasiones. Puede incluso que les hayan invitado al cumpleaños de alguno de sus hijos o compartan las excursiones de su grupo scout. Se llaman Sady, Sheriff, Micaela, Daniel, Lamina, Ana. Les han visto de la mano de sus hermanos, entrando en el colegio. O sentados en el extremo del andén, esperando el metro. Su rutina está empapada por el miedo. El miedo a ser identificados en la puerta de un parque, a poner un pie en un ambulatorio, a despertar cualquier sospecha que atraiga la atención de las autoridades y destruya de un plumazo el camino recorrido y las esperanzas acumuladas durante años.

Olviden la propaganda alarmista que hayan escuchado sobre los menores extranjeros que viven en nuestro país. La realidad es infinitamente más pavorosa. Para uno de cada cinco niños, niñas y adolescentes migrantes que forman parte de nuestra sociedad, la irregularidad administrativa supone lo más parecido a vivir en un régimen de apartheid.

Los próximos meses ofrecen la oportunidad de poner fin a esta injusticia insoportable.

Un estudio presentado esta semana por nuestras organizaciones —Save the Children y la fundación por Causa— ofrece una fotografía ajustada de la infancia sin papeles en España, marcada por el elevado riesgo de pobreza y la vulneración de derechos fundamentales. Para los chavales extranjeros, la ausencia de un permiso de residencia y un número de identificación personal obstaculiza la educación en todas sus fases, les enfrenta a la arbitrariedad de las instituciones sanitarias, les excluye del acceso efectivo a la protección y la justicia, multiplica su vulnerabilidad frente a la violencia, los abusos físicos y mentales, e incluso la explotación y la trata. En lugares como Melilla, esta situación alcanza niveles kafkianos, con la invisibilización de niños nacidos en la propia ciudad pero expulsados del sistema educativo por carecer de determinados papeles.

La magnitud de este desafío debería hacer saltar todas las alarmas de un Estado de derecho. De acuerdo con nuestras estimaciones, alrededor de 147.000 niñas y niños migrantes se encuentran hoy en esta situación (ver gráfico). Aproximadamente la mitad de esta población tiene menos de 10 años y la inmensa mayoría procede de América Latina, de donde miles de familias han llegado a España en los últimos años huyendo del derrumbe institucional y la violencia. Las comunidades autónomas más pobladas –Cataluña, Madrid, Valencia y Andalucía– presentan los números absolutos más altos de infancia sin papeles, pero es en otras comunidades donde la concentración es mayor. Asturias y Galicia, por ejemplo, tienen tasas de irregularidad en niños y niñas superiores al 35%.

"Crecer sin papeles en España. MENAS.El punto de partida de esta conversación debería ser simple: incluso en el intrincado y polarizado debate de las políticas migratorias es posible llegar al acuerdo de que un niño es, por encima de cualquier otra cosa, un niño. Las demás consideraciones administrativas y políticas acerca de su situación legal o la de sus padres quedan sujetas a esta idea principal. La protección y el bienestar de todos los menores de edad constituyen una obligación indiscutible de los Estados, además de un baremo de la dignidad de sus sociedades y la calidad de sus democracias.

No hay nada sencillo o rápido en la erradicación de la pobreza infantil, lo sabemos bien. Pero en este caso contamos con un as en la manga. La decisión política de regularizar a las familias inmigrantes con hijos resolvería automáticamente una parte considerable del problema al que hacemos frente. Como han hecho otros países comparables al nuestro por su contexto económico y político –desde Portugal, Italia y Francia hasta Canadá, Colombia y los Estados Unidos–, España puede aprovechar la situación abierta por la covid-19 para plantear medidas excepcionales que resuelvan problemas excepcionales. Una respuesta simple como la regularización puede ser determinante para reducir el sufrimiento de miles de niños y facilitar niveles mínimos de inclusión social, precisamente el compromiso firme que ha hecho este gobierno.

El tiempo corre en nuestra contra. De acuerdo con nuestras previsiones, la crisis derivada del coronavirus podría incrementar el número de personas inmigrantes en situación irregular en España en un número superior a los 160.000 trabajadores (un incremento del 42% sobre las cifras actuales). A eso hay que añadir la situación de irregularidad de los niños y las niñas derivada de los rechazos previstos a las peticiones de protección internacional, y que nuestro análisis ha estimado en unos 13.000 casos más.

La incorporación de los progenitores a la economía formal no solo reduciría de manera tangible la vulnerabilidad social de sus familias, sino que supondría un importante beneficio fiscal para el conjunto de la sociedad. De acuerdo con nuestros cálculos, los impuestos directos y contribuciones a la Seguridad Social de los trabajadores regularizados llegarían al punto de compensar casi de forma completa la inversión del Estado en la salud y educación de sus menores a cargo.

La pregunta no es si se debe regularizar a cerca de 147.000 niños inmigrantes en nuestro país, sino cuándo y cómo se va a hacer. Si les surge alguna duda, miren a los ojos de sus hijos y pónganse en la situación de Salka, de Mustafá, de Heidi y de Gabriel. Todo a partir de ahí es más simple.

LA EXTRAÑA FAMILIA DEL CURA JORGE

LA EXTRAÑA FAMILIA DEL CURA JORGE: 70 DROGODEPENDIENTES Y 40 SUBSAHARIANOS
El sacerdote Jorge de Dompablo lleva más de 20 años viviendo entre la vía del AVE y una autovía compartiendo techo con los excluidos: “Dios también está en el que se inyecta”, dice. “Somos como una gran familia, pero una con muchos problemas”.

[Pedro Simón para El Mundo (2.3.21)]
[fotos de Antonio Heredia]

[Otro artículo sobre Jorge de Dompablo puede verse en esta entrada de la web de la Vicaría para el Desarrollo Humano Integral y la Innovación]

La extraña familia del cura Jorge de Dompablo. Migraciones.

Jorge de Dompablo (dcha.), junto a un antiguo residente y un compañero de casa subsahariano. ANTONIO HEREDIA.

Cuando los endomingados feligreses de la parroquia de San Jorge vieron aparecer al nuevo sacerdote aquel día de 1996 es probable que alguno se santiaguara. No tanto porque estaban ante un pastor de la iglesia. Sino por las pintas que me llevabas, hombre de Dios.

Acostumbrados al boato de curas con clériman, casulla o lo que hiciera falta, el cura Jorge de Dompablo iba en deportivas, con un poncho raído, vaqueros que también y un pelazo de batería de Obús.

No se equivocarían los prejuiciosos: el escándalo no fue tanto que, entre misa y misa, el nuevo cura se fuera a tomar un café o lo que tocara con el pobre que pedía en la puerta. Sino que cada semana lo acompañara a rebuscar en la basura.

De todas las maneras que se nos ocurren para tratar de definir a este sacerdote distinto, esa imagen referencial es la que más se aproxima: un cura, con un pobre muy pobre, en un barrio bien de Madrid, hurgando con el otro en la basura a la vista de sus parroquianos, buscando algo valioso allí donde nadie mira: en el lugar de los desechos.

«Era el pobre oficial de la iglesia, uno que hacía dibujos en el suelo. De vernos tomar café y andar los dos por ahí, ese pobre oficial sin nombre pasó a ser ‘el pobre amigo de Jorge’, primero. Luego ya fue ‘Emilio’. Después ‘Emilio, el jardinero’, porque le encontramos un trabajo. Y finalmente ‘Emilio, el portero’, porque terminó en una portería. Se jubiló hace unos años. Se fue a Cádiz, donde localizó a su hija. De no tener nombre a tener lo más importante, ¿verdad?… En el Evangelio, los milagros son un proceso».

A ese hombre llamado Emilio se lo trajo el cura Jorge a vivir con él aquí donde hemos venido hoy. Y como a Emilio, a muchos más.

En los más de 20 años que lleva en este hogar que tiene algo de meta y de salida, el cura que predicaba rebuscando en la basura ha compartido su vida con unas 70 personas drogodependientes, con 40 migrantes subsaharianos, con carne de contenedor, con pobres que entraron por la puerta sin ganas, sin esperanza, sin nombre alguno. Y que salieron hasta con apellidos.

Qué tendrá de especial esta finquita si por un lado está pegada a la vía del AVE Madrid-Valladolid. Qué tendrá de tranquila si por el otro lado linda con una popular autovía. Qué tendrán de confortables las dos casas que albergan, alquiladas por el sacerdote (propiedad del Canal de Isabel II y de Renfe), si siempre tiene un rumor de coches o de trenes, si vemos alguna humedad, si está en un sitio perdido. Qué tendrá de pacífico el lugar si, un día de 2009, un joven armenio con problemas mentales y de consumo dijo que iba incendiar la casa, y le prendió fuego, y el sacerdote volvió a levantarla. Qué tendrá de alegre (porque se les ve contentos como a pocos) si entre sus paredes han convivido personas violadas en la frontera, ojos tristes de tanta heroína, hijos a los que nadie quería.

En efecto: Jorge nuestro que estás en el huerto, santificado sea tu nombre.

Hablamos del huerto donde este febrero han sembrado unas habas. Del corral con medio centenar de gallinas. De las dos caravanas suplementarias que hay al fondo, como sacadas de una película de los Coen, y que también sirven de vivienda. De las dos porterías pequeñas de fútbol para cuando los sin papeles de Jorge juegan cada tarde la final de la Copa de África. Del futbolín que hay bajo un toldo. Del estanquito con los peces. De los 16 subsaharianos que, a día de hoy, comparten techo con el cura Jorge de Dompablo. Y, por supuesto, hablamos de un tal David.

«En 1997 empezamos con esta casa. Hasta 2010 vivía con chicos con problemas de drogas con historias tremendas. Se puede decir que éramos como una gran familia. Una gran familia con muchos problemas, claro, y que necesitaba bastante firmeza. Algunas veces me desaparecía el dinero, la tarjeta, hubo agresiones, tuve que echar a gente… Cosas que pasan. Pero seguimos siendo una familia, y en una familia uno se ayudan a otros, no se dejan, no se dejan…».

La familia, casi como un clan palermitano.

Sabe de lo que habla porque él fue el noveno de 14 hermanos. Desde los 14 años hasta los 30, cuenta, tuvo que ayudar en los ultramarinos del padre y no pudo estudiar lo que quisiera. Por eso aprendió tanto de esos chicos que no se tenían en pie, aquellas lecciones de vidas puestísimas.

«Sólo desde lo humano se puede llegar a Jesús. En todo lo que yo he visto y sigo viendo en esta casa, está el Dios de los hombres. Dios también está en el chico que se inyecta, en el que pierde el control. Está ahí en medio del sufrimiento de la droga, gritándote para que seas feliz».

La extraña familia del cura Jorge de Dompablo. Migraciones.

El sacerdote, con varias de las personas con las que comparte casa. ANTONIO HEREDIA.

La familia no se deja jamás.

Te cuenta la historia de Miguel, por ejemplo. Un chico «de una violencia extrema». Una vida de consumo continua. El más (pongan la palabra que quieran) del barrio. «Con su pasado de cárcel». «Hasta que cambió. Acompañó a su padre día y noche hasta que murió. Hizo un curso de cocina sólo para dar de comer bien a su madre, decía. Era enferma de alzhéimer. La cuidó hasta el final».

Te cuenta la historia de Ángel, pongamos. Vivía en una «familia imposible». Drogodependiente, claro. «Tenía sus dos hermanos en la cárcel». «Su padre había tenido dos hijas con su hermana mayor». «Todos vivían de la droga en esa casa». «Ese chico salió por el cariño a su madre. Hace dos años vino a verme a la parroquia. Estaba fenomenal».

Miguel.
Ángel.
Bien.

Pero en la cartera, sin embargo, lleva una foto de un tal David.
(…)

En aquel Madrid setentero de las favelas y del pico, Jorge de Dompablo era poco menos que un yonqui de Cristo. Los veía a decenas: otro melenas muriendo como un bandido, con la piel como un colador. Y al lado, Jorge.

Así fue en la iglesia de Caño Roto primero, en San Blas después, más tarde en la UVA (Unidad Vecinal de Absorción) de Hortaleza, donde le recibieron a pedradas: «Fue su forma de decirme: ‘Estamos aquí’». O eso cree él.

«Eran los años del aluvión en Madrid, seguía llegando gente de los pueblos, los barrios eran sitios muy duros, la cultura escaseaba, los jóvenes estaban desubicados, y en ese ambiente la droga hizo estragos». Si algún vecino no tenía casa, el cura Jorge de Dompablo no dudaba en ir con ellos a forzar la puerta de una casa desocupada. Cosas así.

Cómo quieren entonces que, unos años más tarde (después de todo lo vivido en la periferia), este hombre se presentara con clériman cuando fue destinado como adjutor (ayudante) a la iglesia bien de San Jorge.

Llegó, se presentó, dio testimonio de lo que había ahí fuera, y a los jóvenes de Chamartín con los que se reunía les hizo una pregunta: «¿Dónde están aquí los pobres?». Contestó uno: «Aquí no hay pobres, padre». «Entonces les dije que salíamos todos a dar una vuelta. Claro que los había, cómo no los iba a haber». Luego conoció a David.

Así que en 2010, después de muchos años capeando con la droga en la casa que había entre la vía del AVE y la carretera, en medio del paisaje de cenizas tras el incendio del armenio, Jorge pensó que era una buena idea empezar a acoger subsaharianos.

La parroquia de Nuestra Señora de la Guía donde hoy da misa está a 10 minutos en coche de este santuario. Pero, según Jorge, Cristo está a un metro de distancia y lleva chancletas: es el chico negro que está haciendo arroz para todos en la cocina.

«Muchos se lanzan al mar sin haberlo visto jamás. Ellos dos se tiraron 10 días. Cuando se acabó la comida, rascaban con las uñas la pintura y se la llevaban a la boca. Bebieron agua salada. Pasaron miedo en mitad de la noche. Las olas que vieron tuvieron que ser enormes, porque un día me dijeron: ‘Jorge, yo creía que el mar no tenía montañas’. Compartieron patera y esta casa. Ahí los tienes».

Kofi es de Ghana y trabaja colgado limpiando los cristales de Torre Picasso.

Bismarck es de Liberia y trabaja en un establecimiento de tortitas mejicanas.

La extraña familia del cura Jorge de Dompablo. Migraciones.

El sacerdote, en la entrada de su casa. ANTONIO HEREDIA.

«Les busco cursos, se forman, aprenden el idioma, les facilito contactos, empleos para que vayan regularizando su situación… De ellos aprendo cada día. Sobre todo esa capacidad de esperanza que tienen, creer que todo es posible».

Lo cierto es que a muchos de los 16 africanos de la casa les importa bien poco saber si el Dios de Jorge existe o no, lo que les incumbe es saber de qué lado está. Y eso lo tienen claro: 63 años, natural de Las Navas del Marqués (Ávila), el cura que acompañaba a rebuscar en la basura tiene las manos sucias de haber estado quitando hierbas.

Su David.

«Mi David. Tengo una foto en la cartera. [Hace ademán de levantarse a por la cartera, pero no: se deja caer a plomo en el sofá. Y se emociona. Por eso calla un rato]. Él se sentaba justo aquí en esta parte del sofá en que estoy yo sentado. Era de San Blas, su madre era alcohólica, su padre murió cuando él era muy joven. Tenía una identidad sexual compleja, vivía muy atormentado, cayó en la droga. Cuando vino a esta casa, la única pertenencia que traía era una foto suya de la Primera Comunión, una Primera Comunión que hizo solo, sin su madre, que estaría bebiendo y terminó arrojándose por una ventana. Me decía que yo era como su padre, yo le decía que no, que no. Tuvo muchísimas recaídas. Tenía que ir a buscarle a Las Barranquillas de cuando en cuando. David fue al único de la casa al que le consentía venir drogado, la única excepción que hice. Como no salía adelante, le dije que su lugar en la casa tenía que dejárselo a otro. Lo entendió. No perdimos el contacto. Un día me llamó: ‘Jorge, soy David, tengo que hablar contigo’. Yo tenía que celebrar dos bodas, una lejos de Madrid. Le dije: ‘Mira, hasta pasado mañana no puedo verte’. Lo encontraron muerto con una sobredosis. Siempre pensé que tenía que haber ido a esa cita a la que no fui. [Por eso calla otro rato]. Estuve un año entero yendo todos los domingos al Cementerio de Carabanchel a estar con él».